¿Morir por amar, o morir por no amar?
En fin, señora, me veo
sin mí, sin vos, y sin Dios:
sin Dios, por que os deseo;
sin mí, porque estoy sin vos;
sin vos; porque no os poseo.
En una de las historias de Heptameron, la colección de fábulas del siglo XVI escritas por Margarita de Angulema, aparece un caballero que está totalmente obsesionado con una dama. Ella es el objeto de su deseo más ferviente, pero su amor es imposible. Teme expresar su pasión en voz alta, positivizar sus privados pensamientos, asumir la condena. "¿Qué es mejor: hablar o morir?", le pregunta el joven noble a su querida princesa. "Es mejor hablar", le contesta. Sin embargo, no se atreve a confesar sus emociones.
De impulsos prohibidos e incontrolables, de la angustia del querer (y no poder), trata también El castigo sin venganza de Lope de Vega. En él se narra el romance entre el conde Federico y su madrastra, Casandra. Desde el primer momento en que se ven, se encienden sus corazones; conectan al instante. En realidad, es el caprichoso Cupido el culpable de este conflicto, pues nosotros no decidimos de quién nos enamoramos; simplemente no podemos evitarlo (o al menos eso predican los poetas). Cuando su flecha nos alcanza, quedamos atados a un nombre, un cuerpo, un alma. Casandra no quiere al duque de Ferrara, nunca le ha querido. Quiere a Federico. Su matrimonio se acordó por conveniencia, por lo que servirle es deber, no deleite. No solo eso, sino que su enlace le resulta muy desagradable. Casandra se siente despreciada y mancillada, ya que el duque no le presta ninguna atención y le es infiel. En tales condiciones, no es capaz de cumplir con su deber como esposa y sucumbe al deseo, a pesar de saber que al hacerlo está destruyendo su propia honra y la de su marido. Por su parte, Federico no puede sacársela de la cabeza. Desde su encuentro, vive atormentado, sabiendo que no puede tenerla; luchando por reprimir los ardores que en él despierta. En los dos crece el mismo interrogante: ¿Qué es mejor? ¿Hablar (actuar) o morir de infelicidad? ¿Qué es mejor? ¿Morir por amar, o morir por no amar? Así, cuando al fin asumen sus sentimientos, asumen también la muerte.
No quiero vida; ya soy
cuerpo sin alma (...).
(...) dame el veneno que me ha muerto.
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