Descubriendo a Garcilaso
Garcilaso de la Vega fue un poeta renacentista, perteneciente al llamado Siglo de Oro de la literatura española. Nació en Toledo alrededor del año 1500 y murió en 1536 en Niza poco después de ser herido en combate. Se adecuó al ideal de hombre de letras y de armas de aquella época, participando en numerosas contiendas. También fue miembro de la corte de Carlos I. Es conocido especialmente por su maestría y la dulzura de sus versos. Además, al igual que Juan Boscán, supo adaptar el endecasílabo italiano a la métrica castellana. En su toda su producción se puede apreciar una clara influencia de Petrarca y de varios poetas grecolatinos, como Horacio o Virgilio ("Imitatio").
Égloga I
Si en pago del amor yo estoy muriendo,
¿qué hará el enemigo?
Salid, sin duda, lágrimas corriendo.
En esta primera égloga todo gira en torno al dolor de dos pastores: Salicio y Nemoroso. Ambos sufren por un amor imposible, pero la naturaleza de su tristeza es muy diferente.
Comienza a hablar Salicio. Se dirige directamente a Galatea, a pesar de que ella no este ahí para escucharle, con notable resentimiento. Aún cuando ella lo ha abandonado, él no puede dejar de quererla. Esta circunstancia le frustra y le avergüenza profundamente. Ahora que no la tiene a su lado, no logra encontrarle sentido a la vida. Estaban destinados, o al menos eso creía. Y sin embargo, parece que para su amada él ya ha caído en el olvido; ésta ignora su tristeza, le es indiferente. Por esa razón, afligido, Salicio la describe como una mujer insensible, fría y cruel ("¡Oh más dura que mármol a mis quejas y al encendido fuego en que me quemo más helada que nieve, Galatea!", "Tú sola contra mí t'endureciste, los ojos aun siquiera no volviendo* a los que tú hiciste salir, sin duelo, lágrimas, corriendo"). (*es una referencia al mito de Orfeo y Eurídice) Se siente engañado, traicionado, ultrajado.
Más adelante, emplea el tópico del "ubi sunt". Galatea ya no es suya, su bien más preciado ha dejado de pertenecerle. Se lo han robado. ("Tu dulce habla ¿en cuya oreja suena?", "Tus claros ojos ¿a quién los volviste?"). Vuelve a ser muy evidente el resentimiento ("¿Por quién tan sin respeto me trocaste?", "Tu quebrantada fe ¿dó la pusiste?"
Los versos del final de su monólogo son especialmente pesados y emotivos:
Con mi llorar las piedras enternecen
su natural dureza y la quebrantan.
En la segunda parte del poema, Nemoroso, se lamenta por la muerte de su querida Elisa. No obstante, no empieza melancólicamente; sino dibujando un paisaje muy conmovedor ("Corrientes aguas puras, cristalinas", "verde prado de fresca sombra lleno"). De alguna manera, la naturaleza, con su belleza, le ha hecho olvidar por un segundo su pena ("torciendo el paso por su verde seno yo me vi tan ajeno del grave mal que siento", "por donde no hallaba sino memorias llenas d'alegría"). Con todo, esa paz se ve turbada enseguida por el recuerdo de los episodios que vivió junto con Elisa en aquel lugar ("¡Oh bien caduco, vano y presuroso!"). La nostalgia lo invade, acabando cruelmente con ese breve descanso. Le mueve una verdadera devoción hacia ella ("Divina Elisa"), por lo que el desconsuelo que le provoca su pérdida es mucho más desgarrador y profundo que el de Salicio ("nunca mis ojos de llorar se hartan").
Nuevamente, se hace uso del tópico "ubi sunt", pero esta vez no se utiliza un tono rencoroso; sino apesadumbrado ("¿Do están agora aquellos claros ojos que llevaban tras sí, como colgada, mi alma, doquier ello se volvían?"). Termina ese verso de forma contundente y sombría ("Aquesto todo agora ya s'encierra, por desventura mía, en la escura, desierta y dura tierra").
Cabe destacar que la naturaleza se identifica continuamente con los oscuros sentimientos del poeta ("La tierra, que de buena gana nos producía flores (...), produce agora en cambio estos abrojos, ya de rigor d'espinas intratable. Yo hago con mis ojos crecer, lloviendo, el fruto miserable*"). (*es una referencia al mito de Apolo y Dafne)
Sin duda, mi parte favorita del poema es el final del discurso de Nemoroso. Ahí se evidencia que le está cantando al amor pagano. Para empezar, le echa en cara a los dioses que no hayan querido salvar a Elisa ("y aquella voz divina, con cuyo son y acentos a los airados vientos pudieran amansar, que agora es muda, me parece que oigo, que a la cruda, inexorable diosa demandabas en aquel paso ayuda; y tú, rústica diosa, ¿dónde estabas?", "¡Y tú, ingrata, riendo dejas morir a mi bien ante mis ojos!"). Pero, en realidad, donde mejor se puede apreciar es en la siguiente estrofa:
Divina Elisa, pues agora en el cielo
con inmortales pies pisas y mides,
y su mudanza ves, estando queda,
¿por qué de mí te olvidas y no pides
que se apresure el tiempo en que este velo
rompa del cuerpo y verme libre pueda,
y en la tercera rueda,
contigo mano a mano,
busquemos otro llano,
busquemos otros montes y otros ríos,
otros valles floridos y sombríos
donde descanse y siempre pueda verte
ante los ojos míos,
sin miedo y sobresalto de perderte?
Básicamente Nemoroso está expresando su deseo de morir; prefiere la muerte que una vida terrenal lejos de su amada. No solo eso, sino que además sugiere pasar la eternidad junto con Elisa en la rueda de Venus. Me impresiona la belleza de sus palabras, la delicadeza y el apego que transmite. Sin duda es una de las declaraciones de amor más tiernas que he leído nunca. Tanto es así que con su su llanto logra estremecer incluso a la ninfa Nise (que narrará su historia en la égloga III).
Comentarios
Publicar un comentario