La figura del melancólico: los saturninos


Hay muchos tipos de melancólicos: unos son miedosos, otros atónitos, otros compasivos y llorosos. Los hay que buscan la soledad, afección que los griegos llamaban misantropía. Otros se tienen por animales y reproducen sus gestos y voces. Algunos se creen vasija de barro y tienen siempre miedo de romperse. Otros se consideran endemoniados y suponen que sus enemigos les han echado mal de ojo. Hay quienes sospechan que han ingerido alguna droga venenosa y albergan la firme creencia de que habrán de vomitar sustancias monstruosas y abominables. Hay quienes tienen miedo de sus mejores amigos; otros que temen salir a la luz y se esconden en la oscuridad; otros que evitan el agua a toda costa. En definitiva, y por decirlo en pocas palabras, son muchas las especies de locura melancólica y tienen cada una sus peculiares fantasías, pero hay un rasgo común en todas: el miedo y la locura.

                                                                                                   — Giovan Battista de la Porta, Fisiognomía (1586) 




    El patrón del personaje melancólico se construye basándose en tres tipos de fuentes: la medicina clásica, la fisiognómica y la filosofía. 

    Según la medicina clásica, se consideraba que el hombre melancólico tenía un exceso de bilis negra en la sangre. Si esta perturbación no se controlaba a tiempo, se volvía peligrosa: el afectado empezaba a ver fantasmas, se tornaba agresivo y esquivo, etc.

    Timothy Bright describe detalladamente en Un tratado de melancolía (1586) la naturaleza y los efectos de este trastorno:

(...) La melancolía posee una cualidad gruesa y pesada (...). Encierra al corazón, por así decirlo, en un oscuro calabozo; provoca alucinaciones terroríficas y engaña al cerebro con horribles ilusiones (...). Como secuela de ella, nos sentimos agobiados y desconsolados; sentimos miedo, desconfianza, duda, desesperación; nos lamentamos sin razón (...). 

    Hamlet es un claro ejemplo de este modelo de personaje; un genio atormentado (no queda claro hasta qué punto su locura es fingida). Los que le rodean tratan de curar la enfermedad de su melancolía. En primera instancia, los reyes intentan reconfortarle, e incluso hacen llamar a sus amigos de la universidad para que le distraigan y le entretengan. No es hasta que se convierte en una amenaza cuando deciden alejarle: inicialmente, queriendo enviarle de vuelta a Inglaterra y después, tras el asesinato de Polonio, ordenando su ejecución (ya no tiene remedio, ha perdido completamente la cordura y pone en riesgo a toda Dinamarca). 

    Con respecto a esto, Bright enuncia lo siguiente: 

Al principio, el mal no es muy grave; no se manifiesta demasía. Mas, con el tiempo, cuando la sustancia cerebral ha absorbido profusamente esa bruma tediosa, su naturaleza adquiere esa misma calidad (…). Pues, cuando la luz natural, interna, se oscurece, los frutos de la fantasía se tornan fútiles, falsos y carentes de fundamento (…). Semejante poder, tras adueñarse del cerebro, le incita a manejar pensamientos depravados, y su imaginación no vuelve a funcionar ya de acuerdo con la verdad sino más bien de manera terrible y espeluznante, de acuerdo con el humor que lo gobierna.

    Según los médicos de la época, la tristeza se debía al humor melancólico. Esta clase de humor podía ser causada por dolores intensos, esfuerzos continuados, mala alimentación... pero también por turbaciones de la mente o ciertos modos de vida. A estos sujetos les llamaban saturninos; pues Saturno era considerado lento, frío y seco, malicioso, muy reflexivo, soberbio, etc. Para curar este mal los pacientes debían estar exentos de preocupaciones y angustias, solo debían rodearse de placeres honestos para fortalecer el ánimo.

    Por otro lado, de acuerdo con la fisiognómica (del gr. φύσις physis, ‘naturaleza’, y γνώμη gnome, ‘juzgar’ o ‘interpretar’), nuestra manera de ser se traslada a nuestra apariencia física, en especial a nuestro rostro, que simboliza el cuerpo entero. Es algo permanente, que indica el temperamento de las personas. Adicionalmente, la patognomónica se relaciona con nuestro estado de ánimo y, por lo tanto, es algo cambiante. También se refleja en la cara. 




   En el manual Fisiognomía, de Giovan Battista Della Porta (1586), se define el aspecto de los tristes: "Rostro arrugado; ojos abatidos, pues el abatimiento de los ojos demuestra apocamiento y tristeza; porte humilde; movimientos desfallecidos(...). Cabello oscuro; frente triste; cejas unidas; nuez prominente; voz débil y afligida; respiración agitada, profunda y expedita, etc.". 

    No obstante, también se puede dar el proceso inverso: si se representa la cara de la tristeza (ejecutando los gestos de dicha emoción, imitando la respiración, etc.), se acaba sintiendo. Esto me invita a pensar: ¿podría Hamlet haber adoptado la locura de tanto imitar sus formas?

    Finalmente, en relación con la filosofía, el mismo Aristóteles dijo que todos los hombres que destacaban en las artes eran melancólicos (Hércules, Áyax, Belerofonte, etc.). También afirmó que muchos héroes padecieron la misma enfermedad (Empédocles, Sócrates, Platón...), así como numerosos poetas. Demócrito sostenía que era habitual que los hombres muy inteligentes estuvieran sacudidos por el furor. Incluso se llegó a conocer la melancolía como la "enfermedad heroica". Por lo tanto, no es de extrañar que a lo largo de la literatura aparezcan tantos personajes que actúen siguiendo el patrón del melancólico; como Federico en El castigo sin venganza.



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