¡Fígaro, aquel Fígaro que aquellos que leían sus artículos chispeantes de gracia y festividad se figurarían probablemente en perpetua risa, no gozó un instante de felicidad y puso término a sus días con un suicidio! Su persona nos ofrece un ejemplo de la constante unión, de la íntima alianza, íbamos a decir, que tienen entre sí el placer y, el dolor, la alegría y la tristeza, el bien y el mal que forman el lote del hombre sobre la tierra.
— Cayetano Cortés, Vida de don Mariano José de Larra conocido vulgarmente bajo el pseudónimo de Fígaro
En el texto de Aranguren se expone cómo Larra va experimentando diversas fases (romanticismo, costumbrismo, liberalismo...) hasta llegar a su etapa final, dolorosamente melancólica. Hace especial hincapié en que lo fascinante de este autor es la forma en la que se reinventa en cada corriente de la que participa. Es decir, no se ciñe a las bases de los distintos movimientos; sino que, tras haberlos asimilado, va más allá, transciende desde dentro.
He tratado de hacer ese recorrido para observar dicha progresión, para conocer a Larra en todas sus facetas; digamos que he querido emprender su viaje junto a él. He de admitir que no he disfrutado de todo el trayecto de la misma manera, algunas cuestas se me han hecho más empinadas que otras, aunque supongo que es lo natural. Sus escritos más costumbristas, por ejemplo, aunque me hayan parecido curiosos, no me han interesado especialmente. Por el contrario, sus últimas publicaciones, en particular las que conforman la llamada «tetralogía pesimista», son las que más me han impresionado. A pesar de todo, existen ciertas constantes, ciertos rasgos identitarios, que he sido capaz de apreciar en todo el conjunto: la sátira es el más destacable de todos ellos, aunque su sarcasmo se va tornando cada vez más crítico y, sobre todo, amargo. De hecho, el tono que emplea en sus artículos es la distinción más notable dentro de su evolución. Aunque siempre es brillante, poco a poco se va perdiendo el brillo en sus elucubraciones. El entusiasmo-pesimista, que le caracterizaba en un principio, pierde la parte de entusiasmo y se queda solo en pesimismo. Nunca desaparece su humor inteligente, pero sus bromas se tornan más y más tétricas. Podemos ver con claridad cómo pierde la esperanza. Al final, sus confesiones son tan íntimas y desgarradoras que me da la impresión de que ya siente tanta confianza con el público que no tiene reparo en desnudarse de esa forma, o quizás estuviese tan cansado que ya ni le importase...
A continuación, voy a proceder a comentar una selección de su producción literaria, sin atenerme ahora al orden cronológico. Trataré de ser diversa, si bien se repetirán aquellos estilos que más me han gustado (disculpadme, pero era inevitable).
El hombre-globo
u Hombres globo, peces gordos
El artículo ya comienza de forma atrapante, exponiendo las bases de una cómica teoría que relaciona los estados de la materia con las diferentes clases sociales. Así, Larra clasifica a los hombres en tres categorías: sólidos, líquidos y gaseosos. El hombre-sólido compone la muchedumbre, ignorante, fanática y crédula; que «no raciocina, no obra, solo sirve». Es el pueblo llano, un soldado raso que vive con la nariz pegada al suelo, pues se ve reflejado en él como base de la humanidad. Este tipo de hombre se caracteriza por su inercia, «aunque alguna vez se levanta, y es terrible, como se levanta la tierra en un terremoto». Con todo, su grado calórico es tan bajo que apenas desprende luz, no tienen chispa, una llama que les mueva de forma autónoma. Esencialmente, en eso se distingue del hombre-líquido, que no sabe parar quieto: siempre «fluye, corre, varía de posición». Simboliza a la clase media, dinámica y ruidosa, que se amolda a las circunstancias con habilidad camaleónica («toman la forma del vaso donde están»). Por encima de ellos, gracias a haber «llegado a adquirir la competente dilatación», se alza el hombre-gas, atrevido. «Yo mando –exclamará–; no obedezco. Tales son las leyes de la naturaleza».
Interpreto que el hombre-gas debería ser una especie de hombre-selecto, mientras que el hombre-sólido se equipararía al hombre-masa (el hombre-líquido, tal vez, representaría una condición intermedia). Sin embargo, el hombre-gas español no sabe elevar el país, no sirve para sacarlo adelante porque carece de un rumbo que le guíe en alguna dirección provechosa. De ahí que se le califique de hombre-globo, porque está muy limitado: se reduce a pura potencialidad, inútil, pues nunca llega a desarrollarse (al parecer, además de no tener carbón, en España tampoco hay gas que hinche a estos hombres lo suficiente para que su vuelo no sea tan corto; escaseamos en combustibles). En España no tenemos peces gordos, y ese es el problema.
El casarse pronto y mal
o ¡Mamá! ¡Papá! ¿Es que no entendéis que me muero de amor?
En esta ocasión, Larra cuenta la historia de un matrimonio infructuoso, nacido de la ingenuidad y la precipitación juveniles. Pero, en realidad, el fin que persigue el artículo es una crítica a la educación. Presenta una dicotomía entre los valores que se inculcan en España y en Francia. No señala a una como buena y a la otra como mala, sino que hace ver que ambas tienen sus aportaciones y carencias. El problema (el cual comparten, es precisamente lo que se critica) reside en que son posiciones extremistas. Por culpa del ansia de rebelión del liberalismo, los que siguen el planteamiento francés acaban rechazando elementos positivos de la otra filosofía más conservadora (la española), como la prudencia o el respeto. Al final de lo que se trata es de encontrar un sistema razonable en lugar de seguir corrientes ideológicas como borregos. Como sociedad, hemos de dar con la forma de educar bien a nuestros hijos.
El día de Difuntos de 1836
o Turismo fúnebre. La capital de los zombis
Madrid es una ciudad de más de un millón de
cadáveres (según las últimas estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelco y me
incorporo en este nicho en el que hace 45 años
que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o
ladrar a los perros, o fluir blandamente la luz de la
luna.
(…)
Y paso largas horas preguntándole a Dios,
preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma.
(…)
— Dámaso Alonso, Insomnio, Hijos de la ira (1944)
Sumido inicialmente en sus grises contemplaciones, Larra afirma apesadumbrado que ya no hay nada en este mundo que tenga la capacidad de sorprenderle. De repente, un pensamiento intrusivo le saca de su ensimismamiento, primero, y de su casa, después. ¡Es Día de Difuntos! ¡En marcha al cementerio! Una vez en la calle, por todas partes, aparecen hileras de personas que avanzan en sincronía. Pero, ¡qué torpes! ¿No se dan cuenta de que avanzan en dirección contraria? El cementerio no está fuera de la ciudad, Madrid es el cementerio. «–¡Necios!–decía a los transeúntes– ¿os movéis para ver muertos? ¿No tenéis espejos por ventura?».
Todos hacen oídos sordos a su advertencia, por lo que Larra emprende la ruta por las tumbas en apacible soledad, recorriendo uno a uno aquellos simbólicos monumentos. Se topa con la armería y lee el epitafio: «Aquí yace el valor castellano». Más adelante, la cárcel: «Aquí reposa la libertad de pensamiento». ¡Anda mira, el teatro! «Aquí reposan los ingenios españoles». Y ni una flor, ni un recuerdo, ni una lágrima derramada en su honor. ¡Cómo no va a ser Madrid un cementerio si todo muere y los madrileños permanecen indiferentes! Pasa por delante de la Imprenta Nacional, que es el sepulcro de la verdad. Abrumado por tanta podredumbre, al anochecer emprende el regreso su morada. Una tormenta impetuosa se desencadena en su interior. «Quise salir violentamente del horrible cementerio. Quise refugiarme en mi propio corazón, lleno no ha mucho de vida, de ilusiones, de deseos. ¡Santo cielo! También otro cementerio. Mi corazón no es más que otro sepulcro. ¿Qué dice? Leamos. ¿Quién ha muerto en él? ¡Espantoso letrero! Aquí yace la esperanza».
La Nochebuena de 1836
o Verdades embriagantes (In vino veritas)
Recurriendo una vez más a sus estrambóticas cavilaciones, Larra manifiesta su odio por el 24. Asegura que en los días caídos en ese endemoniado número le persiguen aún más desgracias. Por supuesto, se trata de mera superstición, él mismo lo admite («soy supersticioso, porque el corazón del hombre necesita creer algo, y cree mentiras cuando no encuentra verdades que creer»); sin embargo, ese hecho no altera los efectos de tal fecha. Ya sea por sugestión o no, llegar a esa celda del calendario significa estar condenado a una dosis de sufrimiento superior a la habitual. Amanece pues, en esta historia, a 24 de diciembre (¡catástrofe!). Fígaro sale a pasear (camino al teatro) y observa el bullicio de la plaza, los puestos de comida y de regalos, niños corriendo y riendo... Le desagrada la discordancia entre el ambiente festivo y la realidad, que no se ha vuelto favorable por mucho que sea navidad. («Era horrible el contraste de la fisonomía escuálida y de los rostros alegres») ¡No hay nada que festejar! Todo sigue igual.
El día parece haber transcurrido con tranquilidad, lo cual no deja de ser sorprendente. Sintiéndose ya confiado, Larra abre la puerta de su casa para encontrarse a su criado totalmente borracho. Justo dan las doce. Había hablado demasiado pronto. El pobre hombre apenas puede sostenerse en pie en tal estado. Sin embargo, de repente, algo le ilumina y tiene un momento de providencial lucidez. El criado se convierte en el portador de la Verdad, la verdad de Fígaro, y le señala con crudeza que su vida es un engaño («Tú lees día y noche buscando la verdad en libros hoja por hoja, y sufres de no encontrarla ni escrita. Ente ridículo, bailas sin alegría; tu movimiento turbulento es el movimiento de la llama, que, sin gozar de ella, quema. (…) ¡Estás lleno de deseos y de impotencia...!») . Incluso su vida como escritor (Aranguren). «Inventas palabras y haces de ellas sentimientos, ciencias, artes, objetos de existencia. ¡Política, gloria, saber, poder, riqueza, amistad, amor! Y cuando descubres que son palabras, blasfemas y maldices».
Cuando la voz se apaga, el cuerpo del criado se desploma, desposeído; y también el de Larra, recién asesinado. Aquellas palabras han atravesado su alma como cuchillos, causando un daño irreparable: ha descubierto la mentira de su propia existencia.
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