Los Pazos de Ulloa
«La aldea, cuando se cría uno en ella y no sale de allí jamás, envilece, empobrece y embrutece».
— Emilia Pardo Bazán, Los pazos de Ulloa (1886)
Los Pazos de Ulloa es una de las obras más representativas del naturalismo español, pues en ella pueden apreciarse con claridad sus rasgos más típicos; en especial a través de la construcción de los personajes, que sigue los principios del determinismo, y las descripciones.
Voy a centrarme, en primer lugar, en analizar los perfiles psicológicos de los personajes, que están dotados de gran complejidad. Empezaré por Julián, el recién llegado, un joven capellán inocente e idealista. Su blando corazón se estremece al descubrir el entorno al que ha sido enviado para ejercer, pues es un lugar oscuro y revuelto. Todo gracias a la influencia de Primitivo, el mayordomo del marqués, que es en realidad quien lleva las riendas de la casa, sometiendo a su voluntad al resto residentes. Don Pedro, el marqués del Moscoso, es un hombre bruto y violento, que nunca ha salido de los alrededores de los Pazos (de ahí su temperamento). Sabel, la cocinera y sirvienta, hija de Primitivo, es una moza atractiva y fuerte; a diferencia de Nucha, de carácter más débil y disposición buena y obediente. El carácter de estos personajes está totalmente condicionado por el entorno en el que viven y se han criado.
Uno de los temas principales de la obra, que guarda relación directa con lo anterior, es el contraste entre el campo y la ciudad dentro de la Galicia del siglo XIX (esta oposición se ve reflejada en los personajes). Se presenta a la gente de ciudad como pulcra, educada y bondadosa; mientras que los habitantes de las zonas más rurales están tan embrutecidos que apenas saben cuidar sus modales, y sus principios morales son discutibles. Por ese motivo Julián, al venir de la capital, se queda tan consternado con el sórdido ambiente de los Pazos.
Además, el determinismo también dictamina lo limitada que es su capacidad de cambio, pues se muestran reticentes al desarrollo. Un claro ejemplo de ello lo ofrece el personaje de Perucho, el hijo de Sabel, que es un niño pequeño que vive desatendido. Se podría decir que está "asalvajado", fuera de control, pues se mueve a sus anchas por todas partes, siempre zarrapastroso. Esto se debe al mal aire que se respira en los Pazos y al estado de abandono al que le ha sentenciado su truculenta situación familiar. Sin embargo, cuando Julián intenta cuidarlo, lavarle y educarle; Perucho lo rechaza completamente, obligándole a desistir de su solidario propósito.
En cuanto al estilo narrativo, me ha parecido muy equilibrado, ya que, a pesar de que haya descripciones muy minuciosas (el estilo naturalista así lo requiere), llenas de localismo e incluso términos científicos (al parecer Pardo Bazán sentía un interés particular por la medicina, de ahí que en varias ocasiones utilice hasta términos anatómicos); la lectura no se hace demasiado pesada gracias al ritmo de la historia que, aunque avance lentamente, es constante, y consigue atraparte. Por otro lado, un recurso que me ha parecido verdaderamente curioso es el uso de un lenguaje inventado, que está repleto de palabras que se asemejan al gallego, pero que se han "castellanizado" para facilitar su comprensión. Aparecen ya desde el primer capítulo, cuando el capellán le pregunta a los lugareños cuánto tiempo estiman que le queda para llegar a los Pazos de Ulloa. Ellos le contestan con expresiones particulares de la zona (un bocadito, la carrerita de un can, etc.) que a un forastero como él no e dicen nada. Por lo tanto, la dicotomía pueblo-ciudad se marca también a través del lenguaje, pues la manera que tienen de comunicarse unos y otros es muy diferente (en las ciudades se habla castellano; el habla "vulgar" queda reservada a los pueblos). Este grado de atención al detalle (típico también del naturalismo) es lo que hace que los personajes y los diálogos sean tan realistas.
La decadencia de la aristocracia es otro de los temas más relevantes que se abordan en la novela, la cual se simboliza principalmente por medio de la figura del marqués, pero también por medio de la imagen de la propia casa que, sin duda, ha vivido épocas más esplendorosas (ahora hay mucha suciedad, ventanas rotas... ya no es lo que era). Cabe destacar también la representación del papel de la mujer en el contexto en el que se encuadra la historia y, sobre todo, la actitud crítica que adopta la autora.
«Entendía don Pedro el honor conyugal a la manera calderoniana, española neta, indulgentísima para el esposo e implacable para la esposa».
Considero que esta obra sabe mostrar muy bien la brecha insalvable que suponía la falta de educación en las zonas rurales gallegas por aquel entonces y cómo perjudica absolutamente todos los ámbitos de la vida.
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