El señor y la señora de Bringas

    Francisco y Rosalía, la condesa y el avaro, componen una pareja singular, pues no podrían ser más dispares. Sus extravagantes personalidades chocan frontalmente. Comparten una obsesión, el dinero, aunque la enfocan de maneras distintas: mientras que a Rosalía el oro le quema en las manos, Francisco se regocija en acumularlo y esconderlo. Sin duda, son una derrochadora y un tacaño de primera, ¡menudo matrimonio! Están condenados a no entenderse. 

    El señor de Bringas representa el modelo del inútil. A pesar de ser un trabajador incansable y minucioso, muy diestro en las habilidades mecánicas, no es capaz de invertir sus virtudes y su tiempo en nada provechoso. Es un hombre que profesa dos religiones: la del ahorro y la de Dios, en ese orden. La señora de Bringas se pasea en bata de seda por su casa, pues disfruta luciendo encantadora a todas horas. Esta mujer destaca por su belleza, y más aún por su vanidad y su soberbia. Amante del lujo y de las apariencias, ambiciona elevar las condiciones de su vida. Piensa que por su porte y su hermosura, debería poder vestir ostentosos trajes y adornarse con lindas joyas. ¿Por qué tanta austeridad, tanta pobreza? Para ella hay dos cosas divinas: el cielo y el palacio (pues, ¡ni en la fe coinciden ella y su marido!). 

«Ella tenía que alternar con las personas de más visto, con títulos y con la misma Reina; y Bringas, no viendo las cosas más que con ojos de miseria, se empeñaba en reducirla al vestido de merino y a cuatro harapos anticuados y feos (…) porque su marido llevaba la cuenta y razón de todo, hasta del perejil que se gastaba en la cocina».

    La verdad es que Bringas, con sus manías, somete a la familia a privaciones innecesarias. Y la ambición de Rosalía no se contenta con tan poco. Está cansada de interpretar una comedia doméstica de día y de noche, de estrecheces y fingimientos, de someterse a un hombre tan vulgar. La sangre azul de sus venas le pide más. De ahí nace su atracción hacia Pez, que simboliza todos los bienes materiales que desea y que su marido se niega a concederle. Pez es un caballero, rico y de modales elegantes... un gran partido, en definitiva. Pero Rosalía no le quiere por quién es en sí mismo, sino por lo que significa estar con él: saciar su sed aristocrática, hacer realidad sus doradas fantasías (una vez más, solo piensa en las apariencias). También este amor es hipócrita. 


    Bajo mi punto de vista, lo más interesante de esta obra es la construcción psicológica de los personajes, que se ciñe a una concepción determinista. Se establecen unas bases de comportamiento que surgen a partir de la herencia (biológica) y del contexto (la educación, el ambiente, el clima), las cuales se respetan a lo largo de todo el desarrollo de la trama. Claro ejemplo de ello es la actitud de Rosalía al final de la historia, pues, incluso después de haberlo perdido todo tras la revolución de la Gloriosa, si bien reducida a una posición de humildad, la mujer no pierde su esencia engreída y coqueta, persiste en sus formas. Este determinismo también se emplea de forma explícita en la construcción del carácter de Isabelina y Alfonsín, los hijos del matrimonio de Bringas. Como testigos de la conducta de sus padres, han aprendido sus icónicos vicios: el uno los de la madre y la otra los del padre. El niño se parece a Rosalía, ya que siempre anda pidiendo monedas para gastar. Por su parte, la niña está obcecada en guardar todos los cacharros que se encuentra, por poco valor que tengan. De esta manera, se divierte junto con su padre en organizar aquellos trastos inútiles para pasar el rato. Estos rasgos no son de sorprender. Criándose como se han criado, no podían ser de otra forma. Bien lo expresa el dicho: "de tal palo tal astilla". 



    Esta novela es un retrato de la sociedad burguesa del siglo XIX, una crítica devastadora y satírica. Expone las tretas, los engaños, el clasismo, la mediocridad... denunciando a una burguesía muerta, que no desempeña su papel como motor del progreso. En lugar de tomar las riendas del país y protagonizar el cambio, renuncia a sus principios, rechaza el trabajo (la fuerza productiva que le caracteriza), buscando ser algo que no es. Existe por su parte una clara voluntad de asemejarse al modelo de la aristocracia y la nobleza, de aparentar un linaje que jamás podrá tener. Así, la esfera política se llena de corruptos y holgazanes, de déspotas incompetentes. Al mismo tiempo, plantea también la idea de la defensa del trabajo, encarnada en aquellos personajes honestos (como la sirvienta Refugio) que no se avergüenzan de su clase; sino que se enorgullecen de vivir de aquello que surge de sus propias manos, de no ser un fraude. Al fin y al cabo, ese es el mensaje que el autor intenta trasmitir: el trabajo es lo que ennoblece realmente al ser humano, porque le dota de una dignidad honesta y de autonomía para llevar su vida libremente.  


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